jueves, 13 de marzo de 2014

Opción vs. elección


Por qué yo, mujer, no le diré a él, hombre, que me gusta

A mis veintiseis años siento que estoy en el punto cumbre del proceso de conocimiento del lugar que me toca en el mundo como mujer. No porque esté totalmente a favor de la revolución feminista, ni tampoco peleada a muerte con los roles tradicionales. A mis veintiséis años me he ido construyendo una idea funcional únicamente para mí de lo que quiero y debo hacer como mujer.

Está este niño que me gusta, desde hace un par de meses quizás. Nunca se lo he dicho y  nunca se lo diré. Yo no sé si le gusto a él, pero tampoco le haré la pregunta. Platicándolo con amigas y amigos, casi todas ellas me han dicho que debo esperar, casi todos ellos me han dicho que debería tomar alguna acción al respecto.

Fiel a mi género he decidido no decir ni hacer nada. He aquí el por qué. Hay muchas justificaciones del por qué debería hacerlo, casi siempre basadas en que en estos tiempos no tiene nada de malo que una chica declare sus sentimientos a un chico. Pero no lo creo así, al menos no en mi caso.

Es cierto que no tiene nada de malo. Quizás el temor al rechazo es igual en hombres que en mujeres, y yo no me salvo de esto: Claro que me da miedo el rechazo. Pero además de esto, que en última instancia solo conllevaría más esfuerzo en mi decisión de soltar la sopa, hay otras razones que son las que definitivamente me detienen.

En realidad la cuestión es bastante sencilla: Yo quiero ser una elección deliberada y consciente, el camino más claro a seguir, no sólo una opción entre varias. Si yo le digo a este, o a cualquier otro chico que me gusta, entonces voy a quitarle la oportunidad de que me elija. 

Esto podría parecer un poco egocéntrico, pero déjenme explicarles que además de esto no hay en mi cabeza nada más justo y equitativo, así como valioso para quién quiera que sea el chico en cuestión y yo. Yo no sé lo que quiere él, pero definitivamente tengo claro lo que yo quiero. Y lo que yo quiero es a él. No me queda duda actual ni futura. Pero precisamente porque su cabeza no es la mía, es que necesito que él dé el salto y me elija también.

Yo me conozco. Sé y siento la manera en que él me gusta y atrae. Sé cómo soy como novia, lo que estoy dispuesta a dar y lo que no; creo que a pesar de las fallas que pueda tener, estoy dispuesta a ser una excelente pareja y me aseguraré de que quien sea el merecedor de tenerme así se sienta privilegiado. A esa persona en su momento podría asegurarle desde hoy que su acto de valor va a tener la recompensa indiscutible de saber que él también fue y será mi elección, y recibirá de mí, en reciprocidad, el mejor de los tratos. Lo único que pido es, que de ser el caso, me haga saber que soy su elegida y que actúe en consecuencia.

En cambio, si fuera yo quien declare sus intenciones, entonces me convierto en una de sus opciones, una bastante al alcance de la mano. Bien hablaba Sartre de la  ansiedad que causa la libertad para elegir. Pero en este caso le estaría ahorrando el proceso de tener que elegir si yo le digo lo que siento. Sería abrirle un camino en medio de la nada listo para ser transitado sin mayor dificultad. Pero así como a mí me causa ansiedad el tener que atinarle a que él, a quién yo he elegido, me elija también, creo que el también debe de hacer el esfuerzo que conlleva estar suficientemente seguro de que con quien quiere estar es conmigo.

No sé si es algo que le suceda generalmente a las mujeres u hombres. Pero en general, creo que los sentimientos de los hombres tienen algunos matices menos que los de las mujeres. Es por eso que si yo me complico tanto en vivir cada uno de los dobleces de mis sentimientos, un chico para mí también querrá hacer su parte y tomar una decisión clara y sin titubeos.

Y si no resulta ser él, si este chico no me escoge a mí, no pasa nada. La magia de una pareja es justamente eso: que los dos hayan sido la elección del otro. Si no soy su elección prefiero nada a saber que sólo fui su opción.

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